Origen de la Vasija de barro

Hace unas semanas, a eso de las 11 y más de la noche, fuimos a dar una vuelta por La Ronda con mi gran amigo Christian Gallo. Caminamos la calle de arriba a abajo un par de veces, algo decepcionados por no encontrar un lugar medio decente entre tantos locales que parecen pertenecer a cualquier lado, menos a La Ronda. Basta con decir que en los 400 metros de calle no hubo ni un lugar donde se estuviera escuchando música ecuatoriana, por lo que medio resignados nos metimos a un local donde sonaba bastante bien una guitarra.

Ya allí, canelazos de por medio, nos pusimos a conversar de esas cosas de siempre. Me acuerdo que esa noche el tema inicial fue Woody Allen, particularmente Manhattan (que yo había visto horas antes) y, en consecuencia, Gershwin y su Rhapsody in Blue.
Pero La Ronda es un lugar de quiteñidad y la quiteñidad demanda ciertas cosas, así que empezamos a hablar de Quito y de aquellos lugares que vamos a extrañar cuando en un par de meses más salgamos a hacer nuestras respectivas maestrías. Oportuno el Gallo, recordó ese maravilloso albazo escrito por Victor Valencia titulado «Mi Panecillo Querido» que en su parte pertinente dice:
«Qué será cuando yo me vaya de aquí, en dónde lloraré mi pena? Panecillo de mi recuerdo ayayay, tan lejos quién me ha de consolar».
Escucharán si no han escuchado.

Mientras fue avanzando la conversa, hablamos sobre lo que esperamos hacer con nuestras vidas, pero también, sobre dónde y cómo quisiéramos terminarlas. Mencioné entonces la Vasija de barro por lo interesante que me parece ser cremado y que mis cenizas descansen en una vasija de barro. El Gallo salió con uno de sus datos curiosos y me contó la historia de la canción. Quedé impresionado. Me dolió no saberme la historia.
Días después, él mismo me mandó un link del relato del propio Gonzalo Benítez; luego, yo también hice mi parte, y revisé unas cuatro versiones más de la historia, cada una más interesante y con más información que la anterior.
Hoy, decididamente, puedo decir que esta historia (que parece casi realismo mágico), es una de esas historias que merecen la pena ser compartidas y, de la variada información que he podido recoger, esto es lo que les puedo contar:

Oswaldo Guayasamín organizó una fiesta el 7 de noviembre de 1950 en la antigua casa de su familia que quedaba en la Venezuela y Galápagos. A la fiesta llegaron unos 80 invitados entre músicos, poetas, pintores y alumnos de la Escuela de las Bellas Artes de La Alameda.
Cuenta Gonzalo Benítez, que él llegó a eso de las 22h30, y que como ya les encontró adelantados a los asistentes, él se fue a donde tomaban menos, contrario a Luis Alberto Valencia, que sí le entraba a las copas.
Entre Mallorca y Mallorca (un popular trago anizado de ese entonces), el poeta Jorge Carrera Andrade se percató de un cuadro todavía fresco de Guayasamín llamado Origen que muestra una mujer cuyo vientre es una vasija de barro en la cual descansa un niño. Guayasamín explicó la tradición de los Incas de enterrar a sus familiares dentro de una vasija de barro, y acto seguido el propio Jorge Carrera Andrade cogió un libro que estaba a la mano, y en la contratapa escribió:

«Yo quiero que a mí me entierren,
como a mis antepasados,
en el vientre oscuro y fresco,
de una vasija de barro».

Le siguió el también poeta Hugo Alemán, quien añadió:

«Cuando la vida se pierda,
tras una cortina de años,
vivirán a flor de tiempo,
amores y desengaños».

Para la tercera estrofa el turno fue del pintor Jaime Valencia quien puso:

«Arcilla cocida y dura,
alma de verdes collados,
barro y sangre de mis hombres,
sol de mis antepasados».

Entonces cuenta Gonzalo Benítez que cogió el libro para él también poner alguna cosita, pero que Jorge Enrique Adoum, le dijo: «Ve vos después cantarás”, y entonces Adoum añadió:

«De ti nací y a ti vuelvo,
arcilla, vaso de barro,
con mi muerte yazgo en ti,
de tu polvo apasionado».

Terminada la letra, Jorge Carrera Andrade, que fue el que empezó todo, se acercó a Gonzalo Benítez y le dijo: “Vea Gonzalo, esto con música tiene que ser una belleza”, por lo que él se encargo de la música y una vez terminada se la mostró a su compañero, el Potolo Valencia.
Dice Benítez que el Potolo no estaba convencido con la música y que al sugerir los cambios le dijo que ellos (los del Aucas) nunca pierden, que cuando mucho empatan, pero Benítez, hincha de la Liga, le dijo que iba a perder y, efectivamente, al final quedó la versión original, la de Gonzalo Benítez. Luego el Aucas se fue a la B y la Liga ganó la Libertadores, pero ese es otro cuento.

Esa madrugada de noviembre de 1950 sonó en las voces y guitarras del dúo Benitez y Valencia, la Vasija de Barro por primera vez. Supuestamente Gonzalo Benítez se fue temprano porque no le hacía mucho al trago, pero el resto se quedó cantando la creación conjunta hasta las seis de la mañana.

No es real querer que el Quito de hoy siga siendo el Quito de esta historia, pero si es real querer que las memorias del Quito de ese entonces sigan presentes en el Quito de hoy. Ponía al comienzo de este texto que la quiteñidad demanda ciertas cosas, y creo que hoy la quiteñidad nos demanda mantener vivas ésta y otras historias.

Contarán esta historia la próxima vez que escuchen la Vasija de Barro. Hasta han de quedar bien en la reunión que estén.

Aquí la contratapa de «En busca del tiempo perdido» de Marcel Proust, el libro en que se escribió la Vasija de Barro con las firmas de los autores.

Vasija de barro

Fuentes: